miércoles, 5 de marzo de 2008

El presagio de un acto canibal

[…] Cuando todos nos hubimos tranquilizado, nos pusimos a mirar la nave que se alejaba, hasta que se perdió de vista. El tiempo empeoraba y soplaba un ligero viento. En el preciso momento en que el buque desapareció en el horizonte, Parker se volvió hacia mí con una expresión en la cara que me dio escalofríos. Tenía un aire de seguridad y entereza que nunca le había observado. Antes de que despegara los labios, yo tenía el pálpito de lo que iba a decirme. En una palabra, insinuó que uno de nosotros debía morir con el fin de salvar a los demás.

[…] El rostro de Richard Parker me hizo comprender que yo me había salvado y que la muerte lo había elegido a él. Caí desmayado en el puente. Me recobré a tiempo para contemplar la consumación de aquella tragedia y la muerte de quien fuera su principal instigador. No ofreció la menor resistencia. Peters lo apuñaló por la espalda y cayó muerto instantáneamente. No quiero ser prolijo en la espantosa comida que siguió. Cosas así pueden ser imaginadas, pero las palabras carecen de fuerza para que la mente acepte el horror de su realidad. Baste decir que tras aplacar en alguna medida la espantosa sed que nos consumía, bebiendo la sangre del desgraciado, y de tirar al mar, por común acuerdo, las manos, pies, cabeza y entrañas, devoramos el resto del cadáver a razón de una parte diaria durante los cuatro imborrables días que siguieron, es decir, hasta el 20 del mes.

"La narración de Arthur Gordon Pym" (1838).
Edgar Allan Poe.

En 1884, tres hombres y un grumete de 17 años de edad, que viajaban en el Mignonette rumbo a Australia desde Southampton, acabaron a la deriva durante 19 días. El hambre y la sed obligó a los tres hombres a asesinar y comerse al joven, pues este no tenía familia y ya, delirante tras intentar saciar su sed con el agua del mar, estaba a un paso de la muerte. Los tres hombres bebieron su sangre; se comieron sus órganos vitales, empezando por el hígado y el corazón; lavaron su cuerpo y cortaron su carne en pedazos para dejar que esta se secara al sol; tiraron la cabeza al mar y emplearon los huesos a modo de señuelo para despistar a los tiburones. Finalmente, el Moctezuma los encontró y regresaron a Inglaterra.

El capitán Tom Dudley y sus dos compañeros fueron condenados a cadena perpetua por asesinato, aunque a los seis meses se les concedería el indulto.

Tom Dudley declaró: "He rezado fervientemente para que Dios nos perdone por semejante acto. Fue mi decisión sacrificar la vida del chico, pero estaba justificada por la imperiosa necesidad. Al final he perdido solo a un miembro de mi tripulación cuando, ante tales circunstancias, el resto también podría haber muerto". Este hombre acabó trabajando de cerero en Australia, donde se le conocería como Tom "el Canibal". Fue la primera persona de la región en morir a causa de la peste bubónica. Los otros dos acabaron trastornados ante tan horrible pesadilla.

Simple casualidad o no, el nombre del pobre grumete también era Richard Parker.


3 comentarios:

Sonámbula dijo...

O_o

La historia es terrible, pero aún más horror cósmico produce el saber que la historia que relató Poe, sucedió en la realidad años después... compartiendo nombre ambas víctimas...

Espeluznante :s

Belén dijo...

Dios mío, que historia...

La leeré con mas tiempo, que horror...

Besicos

Joseph Karey Merrick dijo...

Tuve la desgracia de conocer a Tom "el canival". Lo que en un principio parecía un hombre apesumbrado y sólo resultó ser un miserable que encontraba alivio a su repugnante deseo sexual al matar y comer carne adolescente. Pasó por mi hospital y mi propio médico le atendió, aunque nunca fue capaz de curarle. En realidad era lo lógico: la maldad no es una enfermedad...