El cazador de estrellas

Le gustaba tumbarse a mirarlas cada noche y dejar que su mente se deshiciera en pétalos, cientos de pétalos a merced del viento que los sopla y los airea de aquí para allá. Se sentía pequeño bajo aquel manto de luces, tan pequeño, pequeño que dejaba de ser él... ¿O era todo lo contrario? No lo tenía muy claro. Le gustaba sentirse minúsculo, saber que aquel techo de guiños intermitentes lo protegía, mientras él se perdía y navegaba por el manto infinito en busca de estrellas.


"¡Ah...! y para hablar con ellas, quitaos las gafas de sol". Profesor Stellatore, De la caza contemplativa de la estrella y sus variantes, 1843.

Cada una tenía algo que decirle, algo que enseñarle sin palabras. Estas solo tenían que susurrarle al alma. No hay filtros ni intermediarios cuando la razón yace despetalada, meciéndose divertida, inocente, a voluntad del viento.

Y por eso se pierde con su cazamariposas en mano, para atraparlas, observarlas, hablar con ellas y luego dejarlas en libertad. A todas con las que ha hablado les tiene un nombre: aquella es Señorita Margarita, vieja conocida a la que acude a preguntar "cosillas del corazón", como él las llama. Más allá está Conspiradora, callada y misteriosa, confidente de deseos, no como esas ladronas fugaces que los meten en un saco y no vuelven.

Entre ellas también estaban las Chismosas, que constelaban el perfil exacto de doña Rogelia; o las Calavera, que hacían lo propio con el rostro de Esquéletor, aburrido conquistador de galaxias. También conocía a La Pepis, a Bitelchús, al Marqués del Cenete, a Groucho y su puro, a Señorita de rojo, a Conejito Benito y a doña Enlatadora de melón con jamón. También estaba su madre...

Ahora sí, volvió a juntar cada pétalo —estrenaba flor nueva—. Se había comportado como un capullo en la oficina y, antes, al llegar a casa lo pagó con ella. Ya en la cama, le dio un beso y la abrazó.


Ilustración: Valery Milovic
Música: Eduard Artemiev - Listen to Bach (The Earth)