D. Emiliano Magnolio


Cada mañana me levanto
y miro si está en su sitio.
¡Ay, mi ombligo bonito!

Mi traje, mi chaqueta (el alma con careta),
para agradarle a usted.
Amigos para siempre
means you´ll always be my friend (¡ja!).

Digo lo que soy sin ser lo que digo,
sin pudor, ¡hasta ponerme las botas!
Benditas palabras, que me hacen ser,
maldito ser, que me dejas en pelotas.

Míreme, espectador, usted que lee mi blog,
que gozoso le describo mi actuar
desde mi —no se crea, ¿eh?, siempre humilde— pedestal,
porque me visto de oveja para encontrar pareja,
porque me visto de ardilla, que luzco de maravilla,
porque me visto —¡me encanta!— de armadillo...
así, como de sencillo.

¿Usted ha visto qué armario?
Pues fíjese, así, a diario.

De vuelta a casa, en pijama y pantuflas que me halló. Allí estaba, dispuesto a decirme la verdad, sincera y directa, a los ojos. ¿Qué hice? Imagínese. Matarlo. Pero no murió, sino que cayó roto en mil pedazos, y cada uno de ellos, para más inri, me miró doblemente insultante, como si pasado, presente y futuro se concentraran en mil ojos de eterna mofa y me hablaran con una franqueza que no estaba para nada dispuesto a oir ni a consentir, ¡vamos!, a mí, don Emiliano.

Que barra la chacha.


Ilustración: Hawk Alfredson