Entre Pinto y Baldomero

Hacía un día de sapos. Al otro lado de la ventana, llovían perros y culebras a cascoporro.

¡Mon dieu! Definitivamente prefería el sonido de mi café borboteando al de los golpes secos sobre la acera, y pensé quedarme en casa tal día de tormenta. Pero vi, oh, aquellas botas rojas de chapotear junto a la puerta. Sonreí de risa pensando que este Baldomero estaba en todo.

“¡Pinto, ven aquí muchacho! Nos vamos de paseo”.

Lo que más me gustó de Pinto fue su eterna sonrisa. En serio. No sé, me despertó mucha simpatía y decidí quedármelo, que me alegrara un poco estas cuatro paredes. Baldomero nunca llegó a calarlo:

Señor Rigodón, ¿¡no pensará meter un cocodrilo en casa!?dijo muy serio atusándose el bigote.

Actué con diplomacia y le prometí a mi fiel mayordomo pormisantabuela que aquel sería el cocodrilo más civilizado del mapamundi. A lo cual, resignado, aceptó.



Y allí acudió señor Pinto a mis pies, con estilizados botines y chistera, mi viejo amigo, allí parado, yo sentado, mirándome, mirándole, mirándome, tic-tac, tic-tac...


—¿Qué le pasa, monsieur Rigodón?
—Hoy no salgo a la calle, Baldomero. Pinto está triste. ¿Alguna vez lo has visto llorar así?
—Señor, siempre lo ha hecho, como todos los cocodrilos. Si no, mire el de mi tío Felíp.
—¿Pero cómo puede llorar y reir al mismo tiempo? ¡Esto me está volviendo loco! ¿Cómo lo haces? ¡Háblame, Pinto! ¡HÁBLAME, MALDITA SEA! Pim-pam-pum.
—Señor, aún no lo ha enseñado a hablar…—dijo tratando de quitarle aquel candelabro ensangrentado de las manos.

Monsieur Rigodón sintió que Baldomero le reprochaba el haber faltado a aquella promesa tan sentida del 2 de octubre; es obvio pensar que un cocodrilo no puede ser el más civilizado si ni siquiera sabe hablar, pero ahí se había pasado. Ahí le había dado donde más duele. Touché.

Eso lo volvió aún más loco y atizó y atizó con más fuerza la cabeza de estilizado Pinto hasta dejarlo pim-pam-pum muerto con botines y chistera. La inercia de la locura lo llevó a arremeter contra el pobre y bienintencionado Baldomero, pero este ya había cogido la sartén de las tortillas francesas y de un certero golpe, oh la-lá, tumbó a su amo y señor que, de boca contra el suelo, solo alcanzó a ver a través de su monóculo nublarse la estancia y derramarse la vida, caliente, bombín-abajo hasta la misma suela blanca de las botas rojas de chapotear. Chof-Chof.

C’est la vie, monsieur Rigodón; unos tan guapos y otros tan feos, es como tododijo Baldomero sonriendo y chupando un limón con sonoridad y gesto fatidicómico. Aunque me hubiera gustado charlar de ello con usted a la hora del té, tranquilamente como caballeros.

Escampaba y los primeros rayos de sol entraron por la ventana; las ranas ya croaban saltarinas entre los coches, con la alegría habitual de ver un nuevo cielo. Porque así son las cosas.


Ilustración: Willie Patterson
Música: Andrew Bird - Fake Palindromes