lunes, 9 de enero de 2012

Sueños cumplidos

Era la primera vez que Papafrita lloraba en mucho tiempo. Por fin se había sacado su diploma de astrofísico con mucho dolor de cabeza. Había tardado quince años pero, qué cojones, ahora podía ir al pueblo y decirle al padre con espumarajos en la boca: "Mira, viejo, tengo mi título, ¡que te den por culo!", dar un portazo y correr gordo y desnudo a tirarse en la alberca a lo albóndiga.

En el bar, estaba que no cabía en sí. Si hasta se costeó una fanta con aire orgulloso. También se tomó una aspirina. Cuando contaba sus logros a sus amigos le daba la risa tonta y se le salían los mocos. Se reían, pero eso a él le gustaba. En ese momento, se enteró por la tele de que el país llevaba ya tres años en crisis y que bastantes problemas había ya como para explorar los astros.

El Papafrita era un gordo cafre; era como un trol perfumado en mocasines que se había leído a Proust y tenía un título de astrofísico que se lo había sacado de memoria pero, sobre todo, era buen amigo de sus conocidos.

Y llevaba ya un mes con dolor de cabeza.