viernes, 31 de octubre de 2008

La magia más sencilla

—Querida Kamala —manifestó Siddharta, al tiempo que se incorporaba—, cuando entré en tu parque, di el primer paso. Me había propuesto aprender el amor de la más bella de las mujeres. Y desde el momento en que me lo propuse, también sabía que lo lograría. Sabía que tú me ibas a ayudar; lo supe desde tu primera mirada, a la entrada del bosque.

—¿Y si yo no hubiese querido?

—Pero has querido. Mira, Kamala: si echas una piedra al agua, esta se precipita hasta el fondo por el camino más rápido. Lo mismo ocurre cuando Siddharta tiene un fin, cuando se propone algo. Siddharta no hace nada, solo espera, piensa, ayuna, sin hacer nada, sin moverse: se deja llevar, se deja caer. Su meta lo atrae, pues él no permite que entre en su alma nada que pueda contrariar su objetivo. Eso es lo que Siddharta ha aprendido de los samanas. Es lo que los necios llaman magia y creen que es obra de demonios. Nada es obra de los malos espíritus, éstos no existen. Cualquiera puede ejercer la magia si sabe pensar, esperar, ayunar.

Siddharta, Herman Hesse

miércoles, 29 de octubre de 2008

Entre Pinto y Baldomero



Hacía un día de sapos. Al otro lado de la ventana, llovían perros y culebras a cascoporro. ¡Mon dieu! Definitivamente prefería el sonido de mi café borboteando al de los golpes secos sobre la acera, y pensé quedarme en casa tal día de tormenta. Pero vi, oh, aquellas botas rojas de chapotear junto a la puerta. Sonreí de risa pensando que este Baldomero estaba en todo. “¡Pinto, ven aquí muchacho! Nos vamos de paseo”.

Lo que más me gustó de Pinto fue su eterna sonrisa. En serio. No sé, me despertó mucha simpatía y decidí quedármelo, que me alegrara un poco estas cuatro paredes. Baldomero nunca llegó a calarlo. “Señor Rigodón, ¿¡no pensará meter un cocodrilo en casa!?, dijo muy serio atusándose el bigote. Actué con diplomacia y le prometí a mi fiel mayordomo pormisantabuela que aquel sería el cocodrilo más civilizado del mapamundi. A lo cual, resignado, aceptó.




Y allí acudió señor Pinto a mis pies, con estilizados botines y chistera, mi viejo amigo, allí parado, yo sentado, mirándome, mirándole, mirándome, tic-tac, tic-tac...

–¿Qué le pasa, monsieur Rigodón?
–Hoy no salgo a la calle, Baldomero. Pinto está triste. ¿Alguna vez lo has visto llorar así?
–Señor, siempre lo ha hecho, como todos los cocodrilos, si no, mire el de mi tío Felíp.
–¿Pero cómo puede llorar y reir al mismo tiempo? ¡Esto me está volviendo loco! ¿Cómo lo haces? ¡Háblame, Pinto, háblame, maldita sea! Pim-pam-pum.
–Señor, aún no lo ha enseñado a hablar… –dijo tratando de quitarle aquel candelabro ensangrentado de las manos.


Monsieur Rigodón sintió que Baldomero le reprochaba el haber faltado a aquella promesa tan sentida del 2 de octubre; es obvio pensar que un cocodrilo no puede ser el más civilizado si ni siquiera sabe hablar, pero ahí se había pasado. Ahí le había dado donde más duele. Touché. Eso lo volvió aún más loco y atizó y atizó con más fuerza la cabeza de estilizado Pinto hasta dejarlo pim-pam-pum muerto con botines y chistera. La inercia de la locura lo llevó a arremeter contra el pobre y bienintencionado Baldomero, pero este ya había cogido la sartén de las tortillas francesas y de un certero golpe, oh la-lá, tumbó a su amo y señor que, de boca contra el suelo, solo alcanzó a ver a través de su monóculo nublarse la estancia y derramarse la vida, caliente, bombín-abajo hasta la misma suela blanca de las botas rojas de chapotear. Chof-Chof.

C’est la vie… monsieur Rigodón, unos tan guapos y otros tan feos, es como todo –dijo Baldomero sonriendo y chupando un limón con sonoridad y gesto fatidicómico–. Aunque me hubiera gustado charlar de ello con usted a la hora del té, tranquilamente como caballeros.


Escampaba y los primeros rayos de sol entraron por la ventana; las ranas ya croaban saltarinas entre los coches, con la alegría habitual de ver un nuevo cielo. Porque así son las cosas.


Música: Andrew Bird - Fake Palindromes
Art by Willie Patterson



miércoles, 22 de octubre de 2008

Paella de conejo



Ingredientes para 4 personas:

200 gramos de arroz.
300 gramos de conejo troceado.
200 gramos de judías verdes.
1 cebolla.
1 tomate grande maduro.
1 diente de ajo.
Azafrán.
Pimienta negra.
Sal.
1 decilitro de aceite de oliva.

Colocamos en el fuego una cazuela baja donde elaboraremos la paella y, con el aceite caliente, sofreímos el conejo en trozos no muy grandes. Una vez que va tomando color el conejo añadimos la cebolla, las vainas troceadas, el tomate y el ajo picadito muy pequeño (brounoisse). Cubrimos con agua el sofrito de conejo y dejamos que se estofe durante 45 minutos. Una vez cocinado el conejo sazonamos con sal, pimienta y azafrán. Agregamos al conejo el arroz, y el doble de agua que de arroz. Dejamos cocinar durante unos 18-20 minutos a fuego vivo. Una vez cocinado el arroz dejamos reposar 5 minutos fuera del fuego cubierto de un trapo de cocina para que se seque y no se recueza.

¡Bon appetit!


martes, 21 de octubre de 2008

La muerte de las piruletas


Tengo todo el dinero del mundo y quiero construirle a mi pequeña un palacio de chocolate blanco y gominolas, con alfombras reales de lengua de gato, mullidas nubes para dormir y albornoces de algodón de azúcar. En principio tengo pensado que este flote en una burbuja indestructible soplada desde el Kilimanjaro. Para ello, ire al circo y contrataré a un gigante castrado con un tubo parapompas, colombiano, a ser posible, por aquello de tanta altura. Haré fabricar un horno mágico, compraré kilos y kilos de levadura y moldes con formas divertidas para cocinarle cientos de dulces amigos con ojos de guinda. Pero, como padre que soy, solo hay algo que oscurece mi sueño: el día en que todas las piruletas y chupachules de fresa manchen su blanca inocencia.

Art by Mark Ryden

viernes, 17 de octubre de 2008

Exelon

Hasta aquí he llegado…

En el atardecer de mis horas de luz, antes del salto abisal, hallo una tranquilidad tan muerta que me da miedo respirar. Como una losa de paz vino el silencio a pestañear su brisa al ritmo de aquel aleteo; tan lenta y suave, tan blanca y fría como la muerte que me sopla y me eriza. Y no puedo hacer nada.

Y es que hace unos días vino a verme una mariposa que con el batir de sus alas dejó mis ojos en blanco. Mariposa borradora. Desde entonces, sigue aleteando dentro de mi cabeza, y no me encuentro, no te encuentro. Y en lapsocolapsos de tiempo, cierro los ojos y aguanto la respiración para concentrarme y, a ciegas, me proyecto hacia algo infinito y oscuro, sin coordenadas de hiperespacio. Te busco en el tiempo y en el espacio, hasta donde pueda volar con mi recuerdo, pero todo me lleva al mismo atardecer tranquilo y muerto, antes del salto abisal…

Mi último consuelo es que ese, mi castillo de naipes, siga en pie para ti, princesa cualquiera.

Art by
Stephen Danzig