—Como siempre, ¿verdad, don Samuel?
—Sí, sí, por favor.
Los tijeretazos de don Sabino suenan lejanos, más bien sordos en la sien. Como los alaridos de mi Paca y el incesante vocerío de los niños. En segundo plano las broncas de mi jefe, las miradas de superioridad de mis compañeros, los continuos desprecios de mi suegra y los refunfuños de mi madre. Una extraña sensación se apodera de mí y empiezo a sentirme un rebelde, como si realmente pudiera tomar el control de mi vida.
—Don Sabino, he pensado que esta vez quiero las patillas un poquito más largas.
—Muy bien.
En serio, a veces hay que ser un hombre y coger el toro por los cuernos y, hoy, vuelves a nacer, Samuel Padilla. Hoy vas a ser el hombre que te dé la gana de ser.
Llegó al ascensor, y dispuesto a no volver a esperar ya nunca más en esta vida, subió por las escaleras sin importarle el peso de las bolsas de la compra. Paso firme, mirada absorta, concentrado en la decisión que supondría el principio de su nueva vida. Samuel tragó saliva.
—Cariño, ¿de dónde vienes? Te veo... diferente...
—Paca... dile a tu madre que vaya haciendo las maletas.
Ilustración: Tim Biedron, "Samuel and his new haircut"