domingo, 30 de marzo de 2008

El chocampiro


Bueno, como sabéis, me gusta hablar de personas y seres inquietantes, un tanto peculiares, pero a este no creo que lo conozcais; mi homenaje es para Álvaro, el Chocampiro. El niño era negro, aunque sus padres eran blancos y cuando se reía dejaba asomar sus colmillos puntiagudos. Sus miembros eran finos y alargados, el tío tenía porte como de mantis religiosa y además tenía pelopicha. Pese a que hace una eternidad que no mantenemos el contacto, aún hoy nos seguimos acordando de él. Además de jugar al juego aquél de las Tinieblas de la noche, que con él era para cagarse, recuerdo como en casa de Juanma, su pasatiempo favorito era rebuscar en el cajón de las bragas de su hermana Rocío. También recuerdo que después de comer, el padre de mi amigo tenía como hábito sentarse en el trono un rato y la situación era tal cual:

(Toc, toc)
-¿Qué pasa?
-Don Juan Manuel (siempre con educación), ¿está usted cagando?
-Álvaro, vete por ahí, coño.
-Jijijiji...

Según dicen, ahora es un hombre de provecho y tiene una novia que está buena. Aunque jamás leas esto, un saludo, Álvaro, beautiful friend.

sábado, 29 de marzo de 2008

Autoscopia

Cuando quise darme cuenta, me encontré mirando toda la escena desde el techo. Sin embargo, no todo yo estaba allí arriba, ya que aún sentía cómo cortaban y golpeaban mi cuerpo. Seguía sintiendo dolor, pero amortiguado. Era como si alguien hubiera acolchado un martillo y me golpeara con él. La imagen no es fortuita: me estaban partiendo las costillas. La intervención quirúrgica se prolongó durante tres horas. El perfil de mi cuerpo era borroso... La herida propiamente dicha era un vacío total. Tuve la impresión de que no era lo bastante valiente para observar mi propio cuerpo.

Y siento que desaparece, donde cada parpadeo es un fundido en blanco y los sentimientos se me muestran desnudos, el tiempo.

Debe de ser lo más parecido a la PAZ. Sin dolor, solo amor; un estado del alma hasta ahora desconocido. Inexplicable. Ahora me doy cuenta de que la vida corriente no es más que una cárcel donde nos creemos libres, donde procesamos lo que llamamos realidad con un cerebro minúsculo y ridículo. Ahora puedo ver con los ojos del alma mediante un estado que definiría como atemporal... Pasado, presente o futuro... ¿qué más da? No hay sensación de pérdida. Quisiera expresar a los que serán testigos de mi horrenda mueca la ignorancia del hombre, por cuanto no sabe amar, por cuanto no sabe valorar y sentir las cosas hasta el tuétano mismo. Ahora que lo sé.


Pero, horrorizado, caigo en la cuenta de la innombrable aberración que tendría lugar. Recuerdo aquello que te hice prometer, aquello que te supliqué que hicieras (¡¿por qué?!). ¡Cuánto me arrepiento, Dios mío! Años malgastados por una ambición que ahora se torna monstruosa, espeluznante, ridícula y propia de un ser, entonces, insignificante y adormecido: la maldita fórmula.

Y no puedo hacer otra cosa que estremecerme de horror al sentir un espantoso latido en el pecho, el pinchazo helado de la sangre fluyendo por mis venas, el dolor inmenso en cada ramificación nerviosa de mi cuerpo, ese peso de mil losas que hunde mis sentidos en una ciénaga y el escalofrío aterrador al oír tu voz desde el inframundo: "Cariño, despierta".



Rage - Wake me when I'm dead



Basado en la experiencia de Ruderman, S.A., "Personal Encounter with Death and Some Consequences".

Art by genitalssky


martes, 25 de marzo de 2008

Hijo de puta

De pequeño coleccionaba cromos de monstruos... Faltaba el peor de todos: el hijo de puta, el humano. Salía gente como Jack el Destripador, pero yo hablo de ese que vemos por la calle a diario y que burla todas las alarmas de un sistema de detección bastante rudimentario, pues el hombre aprende a moverse magistralmente entre la locura y la cordura, el bien y el mal. Mata por causas "justas", hace daño y luego sonríe hipócritamente, miente. La inteligencia es el arma más poderosa que tenemos para sobrevivir en esta lucha que es la evolución de las especies, donde impera la ley del más fuerte. Hasta que un día venga uno más hijo de puta que él, por mutación o del espacio exterior, quién sabe, aunque ya es difícil.

Ministry - Señor Peligro


viernes, 7 de marzo de 2008

¿Hacia dónde vas?


endless
Cargado originalmente por antimethod
"A Beppo le gustaban estas horas antes del amanecer, cuando la ciudad todavía dormía. Le gustaba su trabajo y lo hacía bien. Sabía que era un trabajo muy necesario.

Cuando barría las calles, lo hacía despacio, pero con constancia; a cada paso una inspiración y a cada inspiración una barrida. Paso-inspiración-barrida. Paso-inspiración-barrida. De vez en cuando, se paraba un momento y miraba pensativamente ante sí. Después proseguía: paso-inspiración-barrida.

Mientras se iba moviendo con la calle sucia ante sí y limpia detrás, se le ocurrían pensamientos. Pero eran pensamientos sin palabras, pensamientos tan difíciles de comunicar como un olor del que uno a duras penas se acuerda, o como de un color que se ha soñado.

Después del trabajo cuando se sentaba con Momo, le explicaba sus pensamientos. Y como ella le escuchaba a su modo, tan peculiar, su lengua se soltaba y hallaba las palabras adecuadas.

- Ves Momo- le decía, por ejemplo-, las cosas son así: a veces tienes ante ti una calle larguísima. Te parece tan terriblemente larga, que crees que nunca podrás acabarla.

Miró un rato en silencio a su alrededor, entonces siguió:

- Y entonces te empiezas a dar prisa, cada vez más prisa. Cada vez que levantas la vista ves que la calle no se hace más corta y te esfuerzas más todavía, empiezas a tener miedo, al final estás sin aliento, y la calle sigue estando por delante. Así no se debe hacer.

Pensó durante un rato. Entonces siguió hablando:

- Nunca se ha de pensar en toda la calle a la vez, ¿entiendes?

Sólo hay que pensar en el paso siguiente, en la inspiración siguiente, en la siguiente barrida. Nunca nada más que en el siguiente".


Momo
Michael Ende

The Doors - Take it as it comes

miércoles, 5 de marzo de 2008

El presagio de un acto canibal

[…] Cuando todos nos hubimos tranquilizado, nos pusimos a mirar la nave que se alejaba, hasta que se perdió de vista. El tiempo empeoraba y soplaba un ligero viento. En el preciso momento en que el buque desapareció en el horizonte, Parker se volvió hacia mí con una expresión en la cara que me dio escalofríos. Tenía un aire de seguridad y entereza que nunca le había observado. Antes de que despegara los labios, yo tenía el pálpito de lo que iba a decirme. En una palabra, insinuó que uno de nosotros debía morir con el fin de salvar a los demás.

[…] El rostro de Richard Parker me hizo comprender que yo me había salvado y que la muerte lo había elegido a él. Caí desmayado en el puente. Me recobré a tiempo para contemplar la consumación de aquella tragedia y la muerte de quien fuera su principal instigador. No ofreció la menor resistencia. Peters lo apuñaló por la espalda y cayó muerto instantáneamente. No quiero ser prolijo en la espantosa comida que siguió. Cosas así pueden ser imaginadas, pero las palabras carecen de fuerza para que la mente acepte el horror de su realidad. Baste decir que tras aplacar en alguna medida la espantosa sed que nos consumía, bebiendo la sangre del desgraciado, y de tirar al mar, por común acuerdo, las manos, pies, cabeza y entrañas, devoramos el resto del cadáver a razón de una parte diaria durante los cuatro imborrables días que siguieron, es decir, hasta el 20 del mes.

"La narración de Arthur Gordon Pym" (1838).
Edgar Allan Poe.

En 1884, tres hombres y un grumete de 17 años de edad, que viajaban en el Mignonette rumbo a Australia desde Southampton, acabaron a la deriva durante 19 días. El hambre y la sed obligó a los tres hombres a asesinar y comerse al joven, pues este no tenía familia y ya, delirante tras intentar saciar su sed con el agua del mar, estaba a un paso de la muerte. Los tres hombres bebieron su sangre; se comieron sus órganos vitales, empezando por el hígado y el corazón; lavaron su cuerpo y cortaron su carne en pedazos para dejar que esta se secara al sol; tiraron la cabeza al mar y emplearon los huesos a modo de señuelo para despistar a los tiburones. Finalmente, el Moctezuma los encontró y regresaron a Inglaterra.

El capitán Tom Dudley y sus dos compañeros fueron condenados a cadena perpetua por asesinato, aunque a los seis meses se les concedería el indulto.

Tom Dudley declaró: "He rezado fervientemente para que Dios nos perdone por semejante acto. Fue mi decisión sacrificar la vida del chico, pero estaba justificada por la imperiosa necesidad. Al final he perdido solo a un miembro de mi tripulación cuando, ante tales circunstancias, el resto también podría haber muerto". Este hombre acabó trabajando de cerero en Australia, donde se le conocería como Tom "el Canibal". Fue la primera persona de la región en morir a causa de la peste bubónica. Los otros dos acabaron trastornados ante tan horrible pesadilla.

Simple casualidad o no, el nombre del pobre grumete también era Richard Parker.